
Una joven periodista francesa se encuentra en varias ocasiones con el icónico artista surrealista Salvador Dalí para un proyecto documental que nunca llegó a realizarse.
Quentin Dupieux lo ha vuelto a hacer.
Y es que en Daaaaaali! Nos encontramos a un Quentin en estado puro, vuelve el director de lo absurdo y las cosas sin sentido. 
Es un viaje lisérgico, absurdo y brillantemente chiflado que captura el espíritu del artista sin pretender explicarlo, porque, seamos honestos, ¿quién podría realmente explicar a Dalí?
La película parte de una entrevista eternamente postergada, pero en manos de Dupieux esto no es más que una excusa para desplegar un carrusel de escenas delirantes, bucles narrativos, rupturas de la cuarta pared y un humor que roza lo absurdo, lo sublime y lo ridículo al mismo tiempo.
Desde una lluvia de perros muertos hasta la inolvidable cena del relato del sueño del clérigo, momentos que el mismísimo Buñuel habría celebrado con aplausos hasta despellejarse las manos.
Como en Mandíbulas o Fumar provoca tos, aquí se respira cine hecho con absoluta libertad. No hay reglas, no hay límites. Dupieux mezcla la locura con la tontería, la seriedad con el respeto, el homenaje con la parodia.
Podría haber sido un desastre absoluto, pero, contra todo pronóstico, funciona de manera magistral porque estamos hablando de dos genios de lo absurdo.
La extravagancia del protagonista, los escenarios llenos de detalles, la artificialidad que se siente orgánica, los guiños constantes al espectador… Todo encaja en este juego de espejos donde lo real y lo absurdo se confunden en una danza infinita. Es metacine en su estado más puro, un sinsentido que no hay que intentar explicar, solo disfrutar.
Porque Dalí no se explica, Dupieux tampoco. Y eso es precisamente lo genial de esta película.