
Año 2006. El reino de Bután camina hacia la democracia. De cara a la celebración de elecciones, el gobierno organiza simulacros de votaciones con la idea de preparar a la población para algo que desconoce. Mientras, en la ciudad de Ura, un viejo lama ordena a un monje que le consiga un arma para afrontar el inminente cambio de régimen. El valioso rifle que obtiene es una pieza buscada por un coleccionista de armas estadounidense.
El director Pawo Choyning Dorji vuelve a enamorarnos con El monje y el rifle, una película que sigue la línea de su anterior trabajo, Lunana: A Yak in the Classroom: historias sencillas, auténticas y profundamente humanas.
Aquí no hay artificios ni grandes despliegues técnicos, porque no los necesita. Lo que ves es lo que hay, una historia narrada con honestidad y sin pretensiones, pero con una capacidad increíble para emocionar y dejar huella.
Es una película que funciona con lo justo, pero que logra muchísimo, porque lo importante no es el presupuesto, sino la emoción que transmite, y créeme que transmite mucho de todo.
Lo mejor de El monje y el rifle es cómo equilibra la ternura con la reflexión, cómo te sumerge en su mundo con una calma reconfortante y cómo, sin darte cuenta, te lleva de la sonrisa a las lágrimas y de las lágrimas a la sonrisa. Es de esas películas que abrazan el alma, que te recuerdan lo bonito del cine cuando se cuenta con verdad y sencillez.
Si te gustó Lunana, aquí tienes otro acierto de la misma categoría y con el mismo sentimiento. Una pequeña joya que, cuando sales del cine, te deja el corazón lleno y los ojos un poco húmedos. 🌿