Finales del siglo XIX. La llegada del tren a un pueblo aislado trae el anhelado progreso, pero también a Oleguer, un oscuro usurero con negocios turbios. Cuando expropia y se queda en la masía de Cileta y de su familia, la joven campesina hará todo lo posible para recuperar su casa. Aunque esto signifique seguir los oscuros pasos del usurero.

El director Ibai Abad nos trae con Escanyapobres una película que impacta por su ambientación opresiva y su retrato despiadado de la codicia humana. Basada en la novela de Narcís Oller, la historia nos transporta a una Cataluña rural donde el dinero y la avaricia se convierten en los verdaderos protagonistas, envolviendo a los personajes en una espiral de ambición y decadencia.

Uno de los mayores aciertos del film es el trabajo de sus actores principales, quienes sostienen gran parte del peso dramático con interpretaciones sólidas y creíbles. No obstante, este esfuerzo no se extiende al elenco secundario, que en muchos casos carece de la misma intensidad y profundidad, generando un desequilibrio que afecta la cohesión de la historia. Esta descompensación hace que algunos momentos clave pierdan fuerza y que el impacto emocional de la película no sea tan contundente como podría haber sido.

A nivel técnico, la película destaca por su fotografía y ambientación, que refuerzan la atmósfera oscura y opresiva de la historia. Sin embargo, su ritmo pausado y la falta de dinamismo en ciertos tramos pueden hacer que resulte menos accesible para el público general.

En definitiva, Escanyapobres es una película que funciona dentro de un nicho muy concreto y que difícilmente logrará trascender más allá del circuito nacional. Su retrato de la codicia y la ambición es efectivo, pero el desequilibrio en las actuaciones y su ritmo irregular hacen que su impacto se diluya.