En la España de la posguerra civil, una jovencísima novicia llamada Narcisa, llega a un antiguo convento, reconvertido en colegio de niñas, para convertirse en maestra. Le asignan el cuarto de una monja que descubre fue dada por desaparecida y muy pronto descubrirá que hay más presencias en el convento de las que ve…

Hermana muerte. Se trata de una precuela de Verónica, pero a pesar de su título, no tiene nada que ver con la película de 2017. Nos narra cómo Narcisa pasa a ser Hermana Muerte, a través del don de poder ver el más allá quedándose ciega ante la exposición de un eclipse solar.

Y aunque trabajar con niños no es tarea sencilla, hay que decir que las dos niñas protagonistas están bastante aceptables.

La película es un terror religioso clásico, con sustos, exorcismos y una atmósfera inquietante. Sin embargo, a diferencia de otras, Hermana muerte no se basa en el miedo a lo desconocido, sino en el miedo a lo que conocemos, a lo que nos ha pasado o a la verdad.

Los fantasmas y demonios que aparecen en la película son, en realidad, los fantasmas de nuestro pasado, los recuerdos que nos atormentan y nos impiden seguir adelante. Esto es lo que hace que la película sea tan perturbadora, porque nos toca de cerca.

Hermana muerte es visualmente impactante. La fotografía es espectacular, con unos planos muy cuidados que crean una atmósfera de tensión y suspense. La vestimenta de las monjas se trata casi de uniformes, que muta, a mi parecer, a medida que transcurre la película y se convierte en un uniforme de guerra , con aire a la vestimenta de época que nos transporta a la España de la posguerra.

En general, Hermana muerte es entretenida, tiene algunos sobresaltos, fotografía y vestimenta espectaculares. Pero muy a pesar mío, y siendo horrible las comparaciones, no es tan buena como Verónica, que sabe hilar muy bien con el final de ésta.