Para protegerse de la revuelta violenta de los trabajadores de la granja de su familia que han tomado a su marido como rehén, una mujer de clase alta se encierra en su coche blindado. El tiempo corre y la tensión aumenta. Separados por una capa impenetrable de vidrio, dos universos están a punto de colisionar. La empresa productora y parte del equipo de Bacurau (premiada en Sitges ’19) regresa con una nueva historia de violencia brasileña.

La película es un retrato verdaderamente crudo y realista de la lucha desigual entre clases. Los empleados son representados como seres humanos sencillos y humildes, que han sido explotados durante años. Los dueños, por su parte, son retratados como seres crueles y despiadados, que solo piensan en su propio beneficio, a través del durísimo trabajo de sus empleados.

Enseguida me fascinó su agresividad y atrevimiento. Los empleados no se andan con rodeos, ya no pueden más, van a vender la Hacienda y las tierras y ellos se quedarán sin nada, por lo que están dispuestos a lo que sea por recuperar lo que creen que es suyo.
Las interpretaciones me sorprendieron muy gratamente puesto que son muy convincentes y duras, y la película no se corta en violencia ni en crudeza.

El echo de empujar a una persona a sobrevivir en un todoterreno de lujo me parece una idea fascinante, que además, de forma natural, ves que es la única opción que tiene la protagonista, y no se hace ni rara ni extraña la circunstancia que rodean a esta pequeña cueva de seguridad.

Es una historia poderosa y dura, muy bien pensada, llevada a cabo y una muy buena fotografía  y aunque siempre se sabe de la lucha de clases, en esta película ves cómo se descontrola el poder cuando la necesidad impera.

Una de las cosas que más me gustó es que no se posiciona por ningún bando. Muestra las injusticias que sufren los empleados, pero también muestra la crueldad de los dueños a través de las narraciones de los empleados, convirtiéndose en un fío más realista y complejo.